Felicitas era una vecina que teníamos en nuestra casa de Castelo hace muuuucho tiempo. Una gallega por los cuatro costados con el poder del matriarcado en una mano y el de la retranca en la otra.
Siempre la recordaré en casa de mis padres tomando ese café negro con esas "gotas da felicidade" que tenía prohibidas por el médico. Se quejaba amargamente de que en su juventud pasó hambre y que en su vejez, que tenía para comer lo que quisiera, no tenía salud para hacerlo. A Felicitas le acompañaba una paradójica infelicidad en el ámbito culinario que compensaba con sus ganas de vivir, su joven espíritu y su mentalidad abierta.
Ahora que tengo 44 años y estoy en la cara B del disco, me acuerdo de ella en estos tiempos de fiebre futbolera. ¡Lo que hubiera dado para que España ganara nuestro Mundial del 82! Hubiera sido un sucedáneo estupendo para compensar un Deportivo de A Coruña que antes estaba en segunda división.
Pero no fue así, mi generación nunca disfrutó ni de las mieles del triunfo, ni de los logros materiales de la democracia, y esas cosas hacen callo en el alma, porque ahora, al igual que a Felicitas, la lozana alegría no es la misma y la pasión de los veinte es simplemente un nostálgico recuerdo.
No se si esto será bueno o malo, pero personalmente creo que las cosas tienen que llegar en su momento, después, solo se reciben con una leve sonrisa en la comisura de los labios.
Eso sí, que gane La Roja, la alegría, siempre es alegría.
1 comentarios:
Me gusta el enfoque! un abrazo, mñana nos vemos ; )
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