Así se llamaba esa película de Bruce Lee, también traducida como "El furor del dragón", y allí estaba Bruce en el Coliseum de Roma luchando con el mismísimo Chuck Norris. Entre patada y patada, comía palomitas en el cine Royalti de Sada, mi pueblo. 15 pesetas valía la entrada de la sesión infantil y mi mirada, antes de entrar en el patio de butacas, se perdía siempre de rondón con Marta, Ana y Carmen, las más guapas del barrio.
En esos momentos vendería mi alma por que esa mirada fuese correspondida, pero nunca fue así. Si, ya se que es raro que las chicas también fueran a ver una peli de Bruce Lee, pero antes íbamos al cine sin saber siquiera la película que iban a proyectar, nos daba igual, el caso era ver cine.
Al salir de la sala la mayoría de los chicos daban patadas al aire y brincos al estilo del Dragón, creo que días después desaparecieron de las casas todas las barras que sujetaban el papel higiénico y, por la contra, muchos chicos tenían chancos como los de Bruce con los cuales más de uno se llevó un buen moratón.
Me gustó esa película de Bruce Lee y eso que fue como una premonición. Quien me iba a decir a mi que, treinta años después, el Furor del Dragón se convirtiria en insaciable y que la lejana China se acercaría tanto a nosotros. El cine Royalti resistió como pudo, pero al final también sucumbió y, casualidades del destino, quiso el azar que fuese ocupado por los nietos del Dragón. Hoy en su lugar hay un bazar chino de esos de todo a cien en el cual, a veces, hasta Marta, Carmen o Ana, también compran de vez en cuando. Yo procuro no ir debido a la nostalgia.
Si Bruce levantara la cabeza...
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