Paris Joel en la casa de Wenceslao Fernández Flórez. |
No todos los días se canta en una casa museo habitada y viva, en una casa con solera, en el hogar de un premio nacional de literatura, en un salón de los de antes con una araña de cristal por lámpara y una chimenea encendida dando calor al entorno del Bosque Animado.
Eso, mire por donde se mire, es un lujo.
Llegamos sobre las seis y media y ya nos estaba esperando Alicia, nuestra anfitriona, que nos colmó de atenciones y fue una perfecta cicerone, nos ubicamos y, mientras Tonu Leiro fue a la cocina a por un café, yo me quedé probando la sonoridad del local.
El fantasma de Don Wenceslao.-
Mientras probaba sonido llegó un señor a sentarse para ver el concierto, entablamos conversación sobre tan magno salón y, de repente, la puerta de la sala, que estaba cerrada, se abrió sin más.
A mi me entró la risa y le dije, medio en broma, que, sin duda, el fantasma de Don Wenceslao también se animaba a escuchar el concierto, el señor me dijo que podría ser pues la temática de fantasmas no era ajena a la obra de Fernández Flórez y fue a cerrar la puerta dándole una vuelta a la manilla. Seguí probando sonido ante la atenta mirada de mi primer oyente y, otra vez, de repente, la puerta se abrió como en la primera ocasión. Me eché a reír, pero ya con risa floja ante la mirada expectante de mi contertulio y ya no esperé más, me fui también a la cocina a tomar una infusión. Soy gallego y sé que el más allá, exista o no, está ahí.
El concierto fue una delicia, calor de leña en una sala de oídos atentos. empezamos un poco nostálgicos para acabar de forma festiva haciendo participar a todo el público. Al acabar nos invitaron a todos a tomar café y un delicioso bizcocho, Alicia nos llevó a Tonu y a mi de tourné por toda la casa, nos regaló un libro y nos hizo firmar en el libro de honor, después nos despedimos prometiendo volver en primavera y, cuando ya nos íbamos, me fijé que la enigmática puerta del salón seguía abierta.
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